Si no fuese por la privilegiada posición de su fuerte, en lo alto de la colina de Trikuta, parecería que la dorada Jaisalmer pretende pasar desapercibida, fundiéndose con el paisaje de las dunas que la rodean.
Situada a las puertas del desierto del Thar, Jaisalmer es una de las poblaciones más interesantes que podemos visitar en nuestro viaje tras los misterios de Rajastán, en el norte de la India.
Sus callejuelas estrechas y laberínticas hablan por sí solas, contándonos parte de la historia de esta ciudad que, en tiempos de la Ruta de la Seda, constituyó un punto de referencia y parada obligada para todas las caravanas que desde el subcontinente indio se dirigían a Asia Central.
Dada su estratégica situación entre India y Pakistán, Jaisalmer se convirtió en el hogar de ricos mercaderes que, en muestra de su poderío, construyeron los havelis: magníficas mansiones cuyas elaboradas fachadas sorprenden por su trabajo detallado y exquisito.
Y es que el verdadero valor de Jaisalmer reside en los pequeños detalles.
Sin poner en duda que su gran Palacio de siete pisos, hoy convertido en museo, sea una visita imprescindible, nos atrevemos a afirmar que es paseando por sus calles como mejor podemos conectar con la esencia de esta ciudad cuyo pasado comerciante todavía se refleja en la insistencia de los vendedores de tapices y artesanías.
Por ello, sus fieles, además de oponerse al asesinato de cualquier ser vivo, llegan en ocasiones a caminar descalzos y a cubrirse la boca con una mascarilla para evitar pisar o tragar algún insecto de forma accidental.
Al caer la tarde, Jaisalmer obsequia a quien salga unos kilómetros de la ciudad con uno de esos regalos que nunca se olvidan.
Entre las dunas del mismo desierto que en su día recorrían caravanas de camellos disfrutaremos de una de las puestas de sol más hermosas del norte de India.
Sin duda, un broche de oro para terminar el día.
Comentar