Uno de los atractivos principales de una visita a Santa Sofía en Estambul, además de su impresionante conjunto, es la búsqueda de los hermosos mosaicos que se encuentran en sus paredes y bóvedas.
El mosaico fue una de las formas artísticas más importantes en el Imperio Bizantino.
Supone la continuación del mosaico romano, aunque la temática es absolutamente diferente ya que su objetivo fundamental era ensalzar la religión cristiana y la figura del emperador.
Como capital del Imperio Bizantino durante más de un milenio, en Estambul encontramos varios lugares que conservan mosaicos muy importantes.
Además de Santa Sofía, podemos recordar la iglesia de San Salvador en Chora y el museo de Mosaicos del Gran Palacio.
Toda la información al detalle
Historia y curiosidades de los mosaicos de Santa Sofía
La basílica de Santa Sofía, mandada construir por el emperador Justiniano, es sin duda uno de los monumentos más espléndidos de la historia.
Se afirma que en su origen todo el interior —la cúpula, las dos semi-cúpulas, los tímpanos y las cubiertas de los nártex, los pasillos y las galerías— , una superficie de 16.000 metros cuadrados, estaba cubierto por mosaicos de oro.
Una crónica de la época compara su esplendor con el brillo del sol de mediodía en primavera.
No había, por tanto, mosaicos con figuras humanas en los primeros siglos de la historia del templo.
Se conservan partes de los mosaicos originales en las bóvedas de los nártex y de algunos pasillos, y consisten en superficies doradas con algunos adornos geométricos y florales.
Los primeros mosaicos con figuras humanas que pudieran haber sido instalados después del tiempo de Justiniano, en el poco probable caso de haber existido, habrían sido destruidos durante el periodo iconoclasta que duró desde el año 729 hasta el 843.
Los que vemos en la actualidad son pues posteriores a esa época y creados a lo largo de varios siglos.
Cómo son los mosaicos de Santa Sofía en Estambul
La mayoría de los mosaicos con figuras fueron cubiertos por yeso u otros materiales durante los siglos en que Santa Sofía funcionó como mezquita.
Los que conocemos ahora se fueron redescubriendo en trabajos de restauración con el paso del tiempo desde que el edificio se ha convertido en museo.
Mosaicos de la Puerta Imperial de Santa Sofía
Los mosaicos que van apareciendo según completamos el recorrido son uno de los puntos más atractivos de la visita.
Al entrar en la basílica, el primer mosaico que vemos se encuentra sobre la Puerta Imperial y apareció durante las obras de 1933.
El mosaico muestra a Cristo sentado en un trono muy lujoso mientras sujeta un libro con la mano izquierda y levanta la derecha en un gesto de bendición. En el libro se puede leer, en griego “La paz sea contigo. Yo soy la luz del mundo”.
A su derecha un emperador aparece postrado en gesto de súplica, y a ambos lados del trono surgen la Virgen y un ángel en sendos discos.
No hay seguridad, pero se supone que el emperador representado es León VI el Sabio y que el mosaico pertenece a su época de mandato, a finales del siglo IX.
La cubierta del nártex conserva en buena medida los mosaicos originales de tiempos de Justiniano, dorados y con algunos motivos geométricos y florales.
Al atravesar la Puerta Imperial accedemos a la nave principal.
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Se han conservado muy pocos mosaicos de los muchos que debieron adornar este espacio majestuoso, y una anécdota interesante que aparece en diferentes crónicas es que era muy habitual oír el tintineo que producían las teselas de oro de los mosaicos de la cubierta al caer al suelo desde las alturas.
Mosaico más grande de Santa Sofía en Estambul
El más grande de los mosaicos es el que se conserva en el ábside, y también es uno de los más hermosos.
Representa a la Madre de Dios con el Niño sobre sus rodillas y la cantidad de detalles es asombrosa.
La Virgen va vestida de azul con pequeñas cruces doradas en los pliegues del manto sobre la cabeza y los hombros, mientras que el Niño va vestido de oro y curiosamente va calzado con sandalias.
Ella está sobre un asiento adornado con joyas y aparece cómodamente apoyada sobre dos cojines de diferente diseño y decoración, y con los pies apoyado en un reposapiés igualmente cuajado de joyas.
En el arco que enmarca el ábside había dos arcángeles, Gabriel y Miguel, aunque del segundo apenas quedan trazas.
Aunque dañada, la imagen de Gabriel brilla en su esplendor, y a pesar de la distancia a la que hay que observarlo, muestra todavía mil detalles.
Por ejemplo, los dos tipos de túnicas que lleva, una encima de la otra, y sus alas, que casi alcanzan los pies, son de plumas blancas, verdes y rojas muy brillantes.
En la mano derecha sujeta un bastón y en la izquierda una bola de cristal, y su rostro es, para muchos estudiosos, el más hermoso de todos los que se conservan en Santa Sofía.
Estos mosaicos fueron desvelados en una gran ceremonia el domingo de Pascua del año 867 que mostraba al mundo el triunfo de la ortodoxia sobre los iconoclastas y celebraba la restauración de las imágenes religiosas a las iglesias de Bizancio.
Mosaicos del tímpano de Santa Sofía en Estambul
En la nave principal hay tres mosaicos en los nichos situados en la parte inferior del tímpano (la pared semicircular) norte.
Representan a tres obispos de la iglesia primitiva: san Ignacio el Joven, san Juan Crisóstomo y san Ignacio Teóforo.
En nuestra última visita sólo era visible el primero ya que unos andamios ocultan los otros dos. Estos tres son los únicos que se conservan de los 16 profetas del Antiguo Testamento y 14 padres de la Iglesia que había en ambos tímpanos hace siglos.
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Los otros mosaicos que se pueden ver en la nave son los serafines o querubines de seis alas de las pechinas orientales.
Hay que recordar que los de las pechinas occidentales son copias pintadas realizadas por los hermanos Fossati durante los trabajos de restauración de mediados del siglo XIX.
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Mosaicos del piso superior de Santa Sofía
Para buscar otros mosaicos hay que subir al piso superior.
El más antiguo es el que aparece en la galería norte, que a su vez fue el último en ser descubierto y restaurado. Representa al emperador Alejandro con una fabulosa vestimenta.
Los mosaicos más famosos están en las paredes de la galería sur, y el primero que encontramos es el llamado Déesis o Plegaria.
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En él Jesucristo aparece con una aureola en la que está inscrita una cruz y hace el signo de la bendición con la mano derecha, mientras con la izquierda sujeta los Evangelios. Está flanqueado por la Virgen y san Juan Bautista que le suplican por el alma de los pecadores en el día del Juicio Final.
La parte inferior del mosaico está muy deteriorada, pero todavía se puede admirar el realismo de las vestiduras y la gran expresividad de los rostros.
Está datado a finales del siglo XII y se aprecia la evolución sobre otros mosaicos más antiguos en los que las figuras son hieráticas y muy poco expresivas.
Al fondo de la galería hay dos paneles de mosaicos que exaltan el poder de los emperadores.
En el de la izquierda encontramos a Cristo flanqueado por Constantino IX Monómaco y la emperatriz Zoé. El emperador muestra una bolsa, que representa sus ofrendas de dinero, mientras que la emperatriz lleva un pergamino en el que están registradas las donaciones a la basílica.
El mosaico de la derecha reproduce un esquema similar.
En este caso es la Virgen con el Niño la que aparece acompañada de Juan II Comneno e Irene. Los detalles del rostro de la emperatriz, con sus trenzas rubias y sus ojos grises, reflejan su origen húngaro.
Justo a su lado el mosaico continúa por la pilastra y allí aparece el hijo de la pareja real, el joven Alexis Comneno que murió poco después de su ascenso al trono. Ya en este retrato muestra un aspecto bastante poco saludable.
El último de los mosaicos que se pueden admirar se encuentra ya en la salida.
Está situado en la luneta sobre la puerta que se abre desde el nártex interior al Vestíbulo de los Guerreros. Ahí aparece la Madre de Dios con el Niño en el regazo mientras recibe en audiencia a dos emperadores.
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No son dos cualquiera. A su derecha encontramos a Constantino el Grande, que le ofrece Constantinopla, y a su izquierda a Justiniano, que le presenta Santa Sofía.
Las representaciones de la ciudad y la iglesia son ideales y no se ajustan ni lo más mínimo a la realidad.
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