De entrada, reconozco que hasta la llegada de la exposición de Hopper al museo Thyssen Bornemisza de Madrid no conocía la obra de este pretigioso pintor norteamericano.
Y eso a pesar de que el propio museo Thyssen tiene en su colección permanente la mayor muestra de su obra en Europa.
Pero desde su inauguración tenía anotado visitarla, aunque iba demorando mi cita con Hopper. Es más, tuve la ocasión de acompañar en su visita a mi compañero Angel Martínez Bermejo, pero volví a declinar esa oportunidad.
Y precisamente tras leer la muy original visión de Angel sobre la exposición, es cuando ya anoté en la agenda: visita inmediata.
Mi primera reflexión de la visita de la exposición de Hopper es que, una vez más, he podido constatar que en verano en Madrid hay una gran actividad cultural.
He realizado la visita el último sábado de julio, a última hora, y las salas que el Thyssen ha dedicado a la exposición estaban a rebosar de visitantes.
En exceso…tal como ocurrió en la exposición de Antonio López en el verano de 2011.
Dice Ángel que Hopper es un pintor que gusta a la gente aficionada a la fotografía. No se si es por esto o por otras razones que ahora enumero, por lo que considero que merece la pena visitar la exposición de Hopper.
Edward Hopper se encuadra en el realismo norteamericano, y de hecho participó en una primera muestra organizada por Robert Henri en 1908 en Nueva York.
Estos pintores rechazaban el impresionismo por considerarlo artificioso y ajeno a la cultura americana.
Pero no hay duda de que Hopper está influenciado por el impresionismo en el tratamiento del color. Y eso me gusta.
Y también me gusta la posibilidad de ver obras realizadas en acuarela, técnica en la que Hopper se dejó influenciar por Manet y, sobre todo, por Rembrandt.
En la exposición de Hopper puedes ver luminosos paisajes costeros y escenas marineras, pero también coloridas escenas de la vida cotidiana, entre las que quiero destacar sus llamativas gasolineras rurales.
Esas escenas cotidianas adquieren un tono oscuro cuando se ambientan en la ciudad, donde las ventanas se convierten en grandes protagonistas de la pintura de Hopper, bien por personajes que miran hacia afuera, o porque a través de ellas el pintor se introduce en la vida de sus personajes, en sus hogares o en sus oficinas.
Viendo estas pinturas de escenas urbanas, de edificios de Manhattan o de las periferias de Nueva York, ciudad donde vivió casi toda su vida, o de sus ambientes, es donde realmente aprecias la vinculación de Hopper con el cine norteamericano.
Al contemplar muchas de sus obras te parece estar viendo películas de cine negro.
En suma, una exposición realmente recomendable que puedes visitar hasta el 16 de septiembre.
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