Tras un buen desayuno en el hotel, iniciamos nuestra ruta en dirección a Otawa a través, para variar, de una preciosa carretera rodeada de verdes paisajes, con bosques y discurriendo junto al lago Ontario.
A medio camino decidimos desviarnos hacia la ciudad de Kingston, un nuevo hito en nuestro viaje costa a costa por Estados Unidos y Canadá.
Kingston es una ciudad histórica situada a medio camino entre Toronto y Montreal, en el extremo este del lago Ontario, donde el lago desemboca en el río San Lorenzo y donde empieza la preciosa zona conocida como las Mil Islas, junto al Canal Rideau, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
A Kingston también se la cita como la Limestone City (ciudad de la piedra caliza) debido a sus muchos edificios históricos construidos con ese tipo de piedra de color gris y origen local.
En una jornada bastante relajado, hemos estado paseando por las orillas del lago, disfrutando de un parque donde se encuentra la Torre Murney, un fortín de la época de la ocupación británica, hace algún que otro siglo y donde, curiosamente, ondeaba todavía la Union Jack.
Así es la experiencia de visitar Kingston
El paseo fue gratificante y relajado.
Creemos que el azul del lago, el verde del césped salpicado de árboles, el otro tono azul del cielo, el blanco de alguna nube y esos bancos solitarios mirando hacia el infinito, es la mejor terapia para muchas soledades, cansancios y malestares.
Alguna escultura moderna acababa de dar un toque diferente al paisaje.
De nuestro paseo por la orilla del lago Ontario regresamos por las calles interiores, donde encontramos las características confortables casas de canadienses de clase media.
Un gran hospital en obras de reforma estaba ceca de donde habíamos dejado el coche.
Había bastante gente para ser un viernes por la mañana. Estaban haciendo jogging, pedaleando una bicicleta o, simplemente, paseando al bebé o al perro.
Y llegó el momento de seguir nuestra ruta hacia Ottawa, la capital de Canadá, donde llegamos a la hora de comer.
El hotel estaba en una calle céntrica, en una casa antigua de las “de toda la vida”.
La habitación se encontraba en la tercera y última planta del edificio posterior, con vistas a un parque. Los pasillos y escaleras, intrincados, ilógicos y con muchas eses, nos conducían a una habitación tipo buhardilla.
Todo muy romántico.
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